Nota color 21/04/25
“Atado con alambre”
“Si vas a la planta baja está lleno. Si lo quieren ver expresado ponen alguna expresión medio radical y enseguida se empiezan a responder”- dice un empleado de mantenimiento de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
El olor a pólvora por las bengalas, papel picado en la calle y una persona con un cartel en la mano que dice “Me recibí”, sería el final de un capítulo. Pero antes de que llegue a su fin hubo mucho más que un comienzo: un proceso.Largo, lleno de pasos y rutinas que se vuelven costumbre.
Así como en el fútbol existen las cábalas, en la facultad también. Estudiantes que utilizan la misma remera para ir a rendir cada parcial, usan “las medias de la suerte" o escuchan esa banda de música específica de camino a la evaluación. Cada uno de esos rituales como si se tratara del partido de su vida. Sin embargo, el partido no empieza hasta que suena el silbato y la pelota es pateada por un jugador.El estudiante entra en escena cuando pone un pie en la universidad. Recorre sus pasillos, las aulas y también los baños. Reconoce olores como el café, que sale de la máquina expendedora del kiosco, escucha los ruidos de murmullos que salen de una clase teórica con más de 40 alumnos y también va al baño donde se encuentra con sus puertas, cada una con algo para decir. Debates, analogías, frases e incentivos en el mejor de los casos. Las lee y le parecen interesantes.
Pero cuando llega el momento, se despide. Cuelga los botines y empieza a notar los pequeños detalles que estuvieron presentes con él todo el tiempo. Cómo a principio de año las puertas no decían nada pero a fin del segundo cuatrimestre tenían una protesta tras otra, los baños que resisten año a año.
“Es realmente un laburazo de los compañeros de mantenimiento, porque no tenemos un mango, es todo con alambre.”- comenta Ana Arias, Decana de la Facultad de Ciencias Sociales.
Camina por última vez por el pasillo. Vuelve a observar su facultad y antes de sostener el cartel o levantar la ansiada copa, se dirige a los baños. Se saca del bolsillo una herramienta, caen tornillos, se oye desde afuera ruidos de herramientas chocando. Se dirige hacia la salida, pero antes mira por última vez la puerta del baño. Esta vez ya no tiene alambre, sino una bisagra.
Su potrero sigue manteniéndose como una cancha de primera división y quienes se ocupan lo sostienen a medida que el tiempo transcurre. Comprende que no era solo un área la que persistía, sino también lo eran las paredes, los bancos. Quién salía a la cancha no era
solamente él sino el plantel completo, que todos comparten la misma camiseta y dejan el alma por ella.
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